Tan viejas y lentas se hicieron las horas,
que desde su muerte vestida de vida
lloraban los vientos espacios perdidos
la agonía obligada a ser compartida.
Y en la zapatiesta de idos recuerdos,
se morían las cosas pensadas de siempre
que no fueron hechas, y el hábito nulo
de estar lamentando olía al perfume
de las obras muertas.
Entonces no hubo manera posible
de curar el álgido ambiente de vientos,
de muerte y de angustia...
de aleteos perdidos y disertaciones opacas y mustias.
No había el espacio para orear los sueños
y las ígneas horas consumían infames,
lentas y pesadas lo que aún quedaba...
El hedor a muerte, lo invadía todo
y se hacía más denso.
Tan viejas y lentas se hicieron las horas,
que en la loca angustia compartida a medias,
murieron de miedo recuerdos
de siempre y hábitos hechos.
La agonía incisiva un día compartida
se nos hizo férrea, como aguda arista,
filosa y dañina... y flagrante huyó,
¡colmada de vida!
Rufina
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