Se contaban por miles los gritos
y resultó que de todo lugar,
escondida, distante o de frente,
una fuerza del centro empujaba
sin tregua privándoles de aire,
obligando a moverse al borde,
-do no había valle o abismo-
a seres que abrazando la vida
requirieran de aliento divino.
Ignorantes de nuevos caminos
y confiando en la locura de otros
nunca vieron su propia demencia
confinando con ella su savia.
Explotaban de dolor los gritos
que drenando su poca energía
obligaban a evitar esfuerzos
para llegar al divino aliento,
única forma de permanecer.
De quedar morirían, de partir
asumían alerta conciencia,
pero así, medio dormida el alma...
Se contaban por miles los cuerpos
que ignorando el abrazo de vida,
confinando el aliento y los gritos,
fueron punto de crueles destrozos
apañados por injustas reglas.
Ataviados con razgados paños,
lejanos a la demencia de otros
que podrían obtener provecho
de vivir en eterna locura.
Una enfermiza y cruel parsimonia
tomó espacio de frente y cerca
la fuerza cedió ante gritos,
el dolor se tornó alegría
que llegaba -por fin- a los huesos,
las esperas, al aire, al camino.
Permeando hasta el fondo el recato,
fueron menos los gritos, los muertos...
Donde no hubo valle o abismo.
Y partieron quienes de la guerra,
con más de una batalla perdida,
recogieron pedazos de sueños
que dejaran detrás, escondidos
bajo capas de destrozos crueles,
muriendo al partir con deseos de estar
o quedarse a tomar el aliento
alejados del borde dañino,
ocultos a la demencia de otros
y mirando de frente a la fuerza,
luciendo vestidos, los mejores,
resistiendo invasoras locuras...
¡Requiriendo un abrazo de vida!
©Rufina