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jueves, febrero 17, 2011

A ese Amor


Cuando intento entender cosas... ¡me rebelo! Reniego, enfurezco, y esa parte humana tan dañina que todos llevamos dentro sale a flote y duele. ¡Duele profundamente!
Posiblemente, el solo hecho de haberte hecho partícipe de mí, me hace sentir a veces algo 'acorralada', porque he sentido el deseo de ocultarte hechos (muchas veces por no herirte), pero termina ganándome el amor... y el amor que yo siempre he conocido, para bien o para mal, es el siempre lleno de verdades y especialmente lleno de luz, con todas sus consecuencias.
No hablo del amor como lo conoce todo el mundo en el contexto afectivo, emocional o carnal... sino de ese amor que hemos aprendido a sentir y a compartir casi sin darnos cuenta y que surgió de la inmensa necesidad de simplemente ser nosotros mismos, con nosotros mismos, en nosotros mismos, y de la terrible agonía de no tener quién recibiera lo bueno de nosotros, ni nos reciprocara sin engaños y miedos. Muchas veces me refiero a ese amor como único sé y sabe todo el mundo, utilizando vocablos aprendidos con definiciones específicas y maleadas. Más, no es así de la única manera que lo siento, y no es así la única manera de sentirlo. Es casi inútil de explicar por lo invariable y muy difícil de asumir por lo inmenso.
Hablo de ese amor que de alguna manera ha logrado que poco a poco aceptemos nuestras debilidades haciéndonos más humildes; que ha ido limpiándonos de las amarguras, del abandono y la absoluta tristeza. Ese que ha permitido que contemplemos el mismo horizonte desde otra perspectiva. El amor que ha roto barreras de tiempos y espacios para hacerse presente en la ausencia; el que ha dejado sueños en los vuelos del alma; ese que nos confronta con nuestros miedos y nos permite expresar las realidades como las percibimos y a asumirlas como son. El que se muestra abiertamente, que se lee en nuestros rostros, en nuestra mirada y se escucha en nuestra palabra, en el castañeo de nuestra risa, en la pureza de nuestras lágrimas; el que ha creado en nuestras mañanas nuevos colores de luz y en nuestras tardes recién nacidos atardeceres. Ese que espontáneo y honesto nos celebra un logro, nos muestra una sonrisa, apoya alguna empresa, nos acaricia sin penas, nos consuela en la derrota... ¡Nos llora una decepción! ¡Nos llena de compasión!
A ese amor me refiero y no a otro... El que me gana por entero, vertical, fiel y transparente; cómplice de travesuras, fuerte, cruel, tierno, sublime, verdadero... soñador, turbio, suave, engañoso... ¡Humano! ¡Divino!
Ese amor que es parte de nuestra naturaleza aunque le neguemos. Ese amor que gana por conciencia y por justicia... ¡no por sentidos y deseos! ¡Ese es el amor que nos hace grandes! Ese que nos revela contra lo que no es y nos dirige a lo que necesitamos y merecemos irremediablemente, porque la Sabiduría de la Naturaleza no tiene espacios para errores, ni la Justicia de su Divina Humanidad servicio a lo necio; ni quereres a destiempo, ni sueños irracionales... ¡Ni para realidades inventadas!
Ese es el amor al que me refiero; el de entregas sin preguntas, el de cuidados sin medida, el de cariños profundos sin razones o esperas, el que me empuja a la dádiva alegre, no a la posesión obligada. ¡El que me ha dado muchas otras razones para vivir y me ha hecho tan humana que casi me torna divina!
A ese amor me refiero... ¡A ese! 

©Rufina