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martes, mayo 10, 2011

¿Quién dijo mujer, señores?

Dicen que cada persona nace con el destino marcado.
Incluso muchos creen que los estilos de vida y hasta los acontecimientos buenos o malos ocurridos durante la misma, están marcados en nuestra herencia genética. Aunque a muchos les parezca mentira, en Puerto Rico la segregación sistemática de los grupos étnicos, religiosos y políticos, ha alimentado por siglos esta creencia y no parece que el asunto vaya a cambiar pronto.  Pasa donde quiera, pero en Puerto Rico es muy extraño este fenómeno, dado los limites del espacio físico en la Isla, que no permiten el aislamiento absoluto a ningún nivel.

No tengo que mencionar que durante los años de esclavitud en la Colonias Españolas del Caribe, los negros introducidos a las Islas se asentaron en tierras cercanas a las costas, donde igualmente se encontraban los campos de cultivo e ingenios azucareros.  

Antes de ser abolida la esclavitud, muchos hacendados hicieron el compromiso de permitir a los hijos de sus esclavos el acceso a una educación básica, y algunos hijos de los mismos hacendados y esclavas negras (llamados mestizos), tenían el privilegio de tener estudios mayores, llevar el apellido de sus padres, lo que contribuyó a la fusión. 

En Puerto Rico la mezcla de razas fue "aceleradísima", dada la promiscuidad de los nativos, los nuevos "descubrimientos" en prácticas sexuales desconocidas por los Ibéricos, y el aporte de sensualidad y fortaleza física de las pieles de ébano.  En otras palabras, de mestizos quedamos en criollos, con una variedad interminable de tonos y colores que muy bien retan al arcoiris. 
 


Mi abuelo era un negro hermoso de cabello lacio y ojos tornasol, capataz de la Hacienda Igualdad del pueblo de Añasco.  Le llamaban Juan Amarillo, porque manejaba un tractor de ese color.  Originario de Guánica y de una familia dedicada también al cultivo de la caña, decidió mudarse a Añasco por conflictos familiares. 

Allí Juan Martínez Ramírez conoce a Rufina Echevarría Valentín (una rubia de ojos verdes), y procrean a Héctor (mi difunto padre), Juan, y otros dos o tres de los que nunca supe ni el nombre.  Al fin, que en algún lugar entre Yauco, Guánica o Salinas, tengo tíos-abuelos y un "paquete" de familia por la línea paterna que me encantaría llegar a conocer, ya que nunca se nos permitió ir a conocer a mi bisabuela Tomasa Ramírez, quien había abandonado a su primer esposo (Abraham Martinez) y a un paquete de hijos para crear otra familia en un pueblo cercano.  Mi abuelo nunca la perdonó y el rencor, aunque intentó perpetuarse, felizmente no llegó a mí.

Y sí, somos negros.  Negros de 'mela'o melamba', de sol, salitre, monte y pitorro, de tambor que llora en la noche y celebra la vida.  Somos Taínos de bronce, maracas, guaní, café, sol, salitre y yuca; Españoles de grana y oro, toros, caballos de paso fino y guitarra, abanicos y naranjos... ¿Quién se niega? ¿Quién esconde lo evidente?


Cuando avergüenza ser y renegamos de nuestros orígenes, estamos muertos. Muertos a la felicidad de mostrar orgullo, como a la posibilidad de tomar responsabilidad por crecimiento de nuestra gente, y muertos ante nuestro propio deseo de perpetuarnos, porque rechazamos el principio que conforman nuestros cimientos y que es el recurso para continuar construyendo el futuro.


Yo también soy negra.
Nada lo evidencia más que preguntarse de dónde salió mi cabello negro medio rizado, mi nariz redonda... Y mi nalgaje.  Soy taína, de linaje enriquecido por la divinidad de sangre fuerte, pesada, y rizos amarillos.  Y para coronar el precioso amasijo, soy mujer.

Mujer de libre pensamiento y albedrío.  Mujer de inmensos valores, espacios creativos y largos alcances. Mujer madre y compañera. Siempre luchando por lo que quiero ser, contra viento y marea, teniendo la razón de mi lado.  
Y tengo hijos...



Tengo hijos hechos de maraca, bongó y guitarra.
Y mecen sus cunas un Seis y un Pambiche,
último con la gracia de Dios por tener bandera propia.

Tengo hijos que mirarán en un manana
por lo que yo lucho.
Hijos que tendrán lo único que como herencia puedo darles:
Mentes progresistas y amor al trabajo.

Tengo hijos fuertes como el Ausubo y el Guayacán...
¡Hermosos como el Roble!

Hijos que se visten de Maga, se perfuman de Icaco,
se calzan de Flamboyán.
¡Tengo hijos de Cordillera y Montes!
¡De Palmas y Mar!

Irely Martínez Montes
Rufina