Dejaste escapar todo:
la riqueza más grande,
la menos apreciada...
Lo que quedó
se expuso en almoneda,
siempre al mejor postor.
Eran tantos...
Como aves de rapiña
sobre fétidos restos
peores que carroña.
No quedó ni el espacio
y tus huesos desnudos
se cubrían en sí mismos.
No guardaste recuerdos,
ni hiciste un relicario,
no lloraste a tus muertos.
No entendiste lo solos
que quedaban aquellos
desgraciados perdidos
residuos cuasi-hombres
que alguna vez serían.
Dejaste escapar todo:
la menos apreciada
de todas las riquezas,
el más grande recuerdo,
llanto desnudo, espacio,
los huesos descubiertos...
y acaso un relicario
que al final nunca fue.
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