Para llegar a ti, recorrí los rincones
más oscuros del mundo;
los más hondos abismos, las más altas montañas...
Y conté las estrellas de mar, las caracolas;
de su furia y su paz conté todas las olas
y los granos de arena de las faldas que baña.
Me detuve en el tiempo a intentar escucharte,
pero el viento implacable se negaba a traerme
los susurros de voz o tu aroma y tus besos...
Delirando cansada, me refugié en las horas y con ducha de lluvias
apagué las fogatas que quemaban mi entraña.
Cuando ya fue de noche, me cubrí con la niebla y me acosté en las ramas.
Los grillos y los sapos en tonos armoniosos,
para que me durmiera, me cantaban las nanas.
Con sutil diligencia, las luciérnagas, todas... apagaban sus luces
y la luna dolida, por mi inútil esfuerzo sin vergüenzas lloraba.
Mañana contaré las piedras del abismo, las hojas y los troncos,
las gotas de rocío...
Removeré la tierra que cubre las raíces, recorreré países
y buscaré en el río, debajo de las piedras con presencia de siglos.
Eso será... ¡mañana!
Rufina
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